Gaudete et exsultate: El llamado a la santidad


El primer punto que puede ser tratado cuando hablamos sobre la santidad son los testimonios. En la carta a los Hebreos (12,1), se mencionan distintos testimonios que nos animan a que corramos, con constancia, en la carrera que nos toca. Entre ellos, pueden estar el de nuestra propia madre, una abuela u otras personas cercanas (cf. 2 Tm 1,5).

Además, cuando hablamos de santidad en el cristianismo, nos referimos a una santidad en comunidad. La exhortación apostólica Gaudete et exsultate (en adelante, GE) va a poner de manifiesto que el Señor, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Por eso, nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo.

La santidad muchas veces es vista como algo difícil de ser alcanzado y también se piensa que solo un grupo de personas puede llegar a ella: los religiosos, padres y obispos. Pero la santidad es para todos: “Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (LG 11).

Es interesante notar que el Espíritu Santo nos da la oportunidad de escuchar la voz de Dios por diversos caminos. Esto pone de relieve que cada vocación está siendo llamada a la santidad: como va a decir el papa Francisco, “cada uno por su camino”. “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré» (Jr 1,5).

Con frecuencia, pensamos que la santidad es una vida sin equivocaciones o errores, pero no es así. “No todo lo que dice un santo es plenamente fiel al Evangelio, no todo lo que hace es auténtico o perfecto. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona” (GE 22). Teniendo esto en cuenta, entenderemos que santidad no es perfección; ser santo es, más bien, la búsqueda diaria del rostro de Cristo.

Por otro lado, compaginamos algunas veces santidad con soledad, pero tenemos que tener cuidado. El papa Francisco nos dice: “No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio. Todo puede ser aceptado e integrado como parte de la propia existencia en este mundo, y se incorpora en el camino de santificación. Somos llamados a vivir la contemplación también en medio de la acción, y nos santificamos en el ejercicio responsable y generoso de la propia misión” (GE 26).

En innumerables ocasiones, escuchamos que “la santidad no es para mí”. Pues te digo que fue para esto que Dios te creó, y se encarnó para que viviésemos la vocación divina. Termino con la invitación del papa Francisco: “No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad” (GE 32).

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